Homenaje a La Rambla de Fermín Villar, Presidente  de Amics de la Rambla.

En La Rambla ya es diecisiete de agosto. Ha pasado un año desde el terrible atentado que arrebató vidas humanas y dejó heridos y secuelas. La Rambla, que siempre se adelanta a lo que pasa en Barcelona, fue atacada con odio y terror por su diversidad y mezcla de personas, razas y culturas. La respuesta fueron flores, amor, y, sobre todo, humanidad. El mismo #17A hombres y mujeres de todo el mundo, que estaban trabajando en restaurantes, hoteles y tiendas de la Rambla, ayudaron a miles de otros hombres, mujeres y criaturas de todo todo el mundo. Y aun así, pese a la barbarie, en menos de cuarenta ocho horas volvía a estar llena de gente. Gente que hacía meses, incluso años, que no “bajaba” a la Rambla, la impregnó vida en un respetuoso e impresionante silencio. Ramblearon para decirle al mundo  “nos habéis atacado pero no ganaréis”. Las palabras NO TENGO MIEDO brotaron de forma natural.

Evidentemente, el luto va por dentro y no olvidaremos nunca lo que pasó. Pero La Rambla no se para ni lo hará nunca ¿Queréis saber porqué? Porque La Rambla es vida.

Desde Canaletas hasta el puerto; desde la Canuda hasta Drassanes; desde el monumento a Colón hasta el Zurich, La Rambla es vida.

 

La Rambla no se para ni lo hará nunca

La florista que no quería vender imanes con un cactus; la carnicera de la Boqueria que se queja de que hay demasiados turistas y que por eso tiene que vender brochetas precocinadas; el quiosquero que no vende periódicos; el camarero que ofrece una sangría al turista; la tienda que ahora es de ropa deportiva y antes era de souvenirs, y antes era de chaquetas de piel y antes era de trajes a medida y quién supo lo que le precedió. Son la vida de La Rambla.

La Real Academia de la Ciencia; las placas de Orwell, Andersen o Chopin; el Palacio de la Virreina; la máscara de Joan Brossa o el mosaico de Joan Miró. Son la vida de La Rambla.

Los abuelos que discuten de fútbol en las sillas—ahora gratuitas—que hay ante el Poliorama; la vecina que se queja de que La Rambla ya no es como hace treinta años, pero que no piensa irse nunca—Treinta años antes, su madre protestaba por lo mismo y tampoco se marchó—Todo esto, son la vida de La Rambla.

La Rambla es vida

El estudiante de música que va a Casa Beethoven a comprar una partitura; o la que atraviesa la Rambla desde el Ateneo hacia Massana; o el que sale del conservatorio del Liceu (el mismo al que los padres irán en taxi a ver el estreno de la temporada) para encontrarse en la biblioteca Andreu Nin con su amiga que estudia en la Elisava. Son la vida de La Rambla.

Los niños y niñas del Raval que salen del Arc del Teatre para ir a su cole, en el Gótico; el trabajador del supermercado que reparte las barras de pan en bicicleta; la señora que resopla mientras se para a comprar lotería a los ciegos; el pensionista que va a la Caixa a comprobar si le han ingresado la paga doble; son la vida de La Rambla.

El recepcionista de un hotel; la mochilera que dormirá en una pensión; el agente de la guardia urbana que pilla al carterista en la boca del metro; el basurero que vacía la misma papelera por tercera vez en la misma mañana; la conductora de autobús que reconoce que su vehículo no tendría que circular por ahí. son la vida de La Rambla.

Los pintores que, situados entre el teatro Principal y el Monumento a Pitarra, dibujan una sonrisa en cinco minutos; las estatuas humanas que unos critican y otras admiran; la secretaria y el gerente de Amics de La Rambla que se pasan el día solucionando problemas de vecinos y comerciantes. Son la vida de La Rambla.

Y así es cómo se rinde homenaje a quienes ya no están: recordando y viviendo con la misma intensidad. Como escribió Josep Maria de Sagarra de la mano de uno de los personajes en su novela Vida Privada (1932), «Creía con toda la fe que ninguna ciudad del mundo tenía una calle tan original, tan viva, tan humana como las Ramblas de Barcelona«.

 

Fermín Villar Chavarria
Presidente de Amics de la Rambla