El Mosaic del Pla de l’Os, también conocido como el Mosaic de Joan Miró, se diseñó para saludar a los viajeros que llegan a Barcelona por tierra, mar y aire.
Si hubiera que elegir un color para definir Barcelona, sería imposible dar una respuesta. Si de algo puede presumir la ciudad es de eso, de tonalidades. No hay más que pasear la mirada por las fachadas de los edificios o recorrerse las ramblas de cabo a rabo para demostrarlo. No, no se puede colorear el Drac del Park Güell, las fiestas de Gràcia o la «Casa de los paraguas» con un solo pincel, sería una chapuza. Pero sí es posible ponerse unas gafas quinticolor sin perder nuestra esencia. El logro corresponde a uno de nuestros mejores artistas, Joan Miró, que en la década de los setenta se propuso aglutinar esta bomba de pigmentos equiparable al Holi de La India y los resumió en cinco grupos: rojo, amarillo, blanco, negro y azul.
Corría el año 68 y Barcelona, que ya calentaba motores para la democracia que se avecinaba, quería abrirse al turismo y las vanguardias europeas. En ese año, Joan Miró recibió un encargo para decorar la fachada de la T2 de El Prat, que se inauguraría dos años más tarde. No solo aceptó, sino quiso regalar otras tres obras para dar la bienvenida a los turistas por aire, mar y tierra. Para la segunda, ideó una escultura destinada al Parc de Cervantes que nunca se construyó y para los visitantes que llegasen por el Mediterráneo, el Mosaic del Pla de l’Os, también conocido como el Pavimento Miró o Mosaic de Joan Miró. La cuarta donación fue un Centre d’Estudis Art Contemporani (la futura Fundación Joan Miró), su “puerta abierta a un futuro de intercambio cultural internacional”.
El Mosaic de Joan Miró se inauguró el 23 de diciembre de 1976. Cuentan que el artista no estuvo presente en el acto y que no lo vería in situ hasta el 14 de enero. Ese día paseó por la Rambla, poniendo la oreja para escuchar las reacciones de las personas que pasaban por encima de su obra. Alguien comentó que le parecía que las baldosas estaban mal colocadas, a lo que el pintor respondió : “¡No sabe lo que me costó convencer a los operarios para que pusieran de forma irregular las piezas!”.
Ubicado en el Pla de l’Os, está compuesto por 6.000 baldosas colocadas en forma circular con una flecha que Miró dibujó en su interior para guiar al viajero cómo adentrarse en la ciudad. Los colores, cómo no, rojo, amarillo, blanco, negro y azul. Miró no quería que su mosaico estuviera protegido por ningún cristal, fuera señalizado o recibiera un tratamiento especial. Solo que fuera lo suficientemente resistente para hacer frente a las cerca de 78 millones de personas que pasean por la Rambla al año. Muchas de ellas, ignorantes de que sus suelas pisan un verdadero Miró.
Solo ha habido una ocasión en la que ha sido tratado de forma especial, una muy triste. El camión que perpetró el atentado de Barcelona el 17 de agosto de 2017 frenó sobre el mosaico antes de que el terrorista que lo conducía se diera a la fuga. Al día siguiente, amaneció cubierto de flores y mensajes en honor a las víctimas. Esta iniciativa ciudadana ya se retiró pero pronto se las honrará con una placa conmemorativa en su recuerdo y para subrayar que pase lo que pase, Barcelona no tiene miedo.