El Restaurant Amaya, especializado en cocina vasca y mediterránea, forma parte de la historia del tramo más “picante” de La Rambla.

El Restaurant Amaya es un establecimiento al final de La Rambla que, desde el 21 de mayo de 1941, ofrece sus clientes lo mejor de la cocina vasca y mediterránea. Desde fuera parece un local moderno con un toque antiguo: una puerta art déco, una pizarra con las sugerencias del día y unas letras enormes dan la bienvenida al ramblista con hambre. Sin embargo, este local es historia viva de la arteria de Barcelona. Si sus paredes hablasen, le sacarían los colores a más de una persona.

76 años dan para mucho, sobre todo cuando te asientas en una antigua sala de baile de dudosa reputación. Lo que ahora es el Amaya estaba sitiado por las pensiones Lolita, Morera, María la Gallega, La Señorita Cabré o Anita la Apache. Ahí podías encontrarte con señoritas que respondían al nombre de “Ana, la rápida”, “Merche, la del cuatro” y “Josefa, la del lunar”. Aún son visibles unos mármoles blancos colgados de la pared que usaban las prostitutas para esperar a sus clientes taconeando el suelo. Ignacio Torralba, padre de las actuales gerentes del local (ya van por la cuarta generación), se ríe con la situación bromeando con que “donde antes hubo jamonas, ahora hay jamones”.

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Las almejas a la marinera del Amaya | Fuente: Amaya

 

El Pacto Amaya

Estas señoritas de dudosa reputación y sus viciosos acompañantes no son lo más llamativo de la historia del Restaurant Amaya. La calidad de sus kokotxas y los chipirones en su tinta le convirtió en un punto de encuentro de las celebrities, intelectuales y políticos de la época. Por aquí han pasado Ernesto Sábato, Christopher Lee, Mario Vargas Llosa, Bigas Luna, Oriol Bohigas o Manuel Vázquez Montalbán son solo algunos de los que han rebañado el plato.

Otra de las historias vinculadas al donostiarra más auténtico de La Rambla es la del conocido como Pacto Amaya, que puso su grano de arena para el éxito de las Olimpias de Barcelona en 1992. Hasta la década de los setenta, el restaurante estaba estrechamente vinculado con el Frontón Colón. Así, los jugadores de pelota vasca acudían en masa a la barra para disfrutar de una tapa cargada de angulas y un buen txakoli. El frontón cerró, dando paso al Dancing Colón. Sin embargo, este era un lugar semiabandonado frecuentado por hijos del alcohol y la jeringuilla.

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Entrada del Restaurant Amaya.

 

Ignacio Torralba cuenta que denunciaron la situación pero no tuvieron éxito. Sacó fotos del interior del edificio, sabiendo que le serían útiles.  Un día, el entonces alcalde de Barcelona Pascal Maragall se sentó en una de sus mesas. Era la ocasión perfecta para mostrar las inquietantes imágenes. Alarmado, Maragall preguntó quién tenía el edificio en esas condiciones. Torralba contestó :“el Ayuntamiento”. La historia termina con la rehabilitación del Frontón Colón y su conversión en espacio olímpico para las competiciones de frontenis en las Olimpiadas del 92.