Salir de fiesta por Barcelona puede convertirse en una aventura repleta de personajes bizarros y carreras de obstáculos por La Rambla.

Es finde, el beber te llama y te mueres por salir de fiesta después de una dura semana. Pese a tus ganas de juerga, sabes que la noche está repleta de misterios, anécdotas bizarras y personajes. ¿Te sientes identificado con alguna de estas situaciones?

1. El grupo de Whatsapp parece el plató de Sálvame: alguien propone la feliz idea de salir de bares y de pronto, se hace el caos. Ni el Congreso de los Diputados, oiga. Está el grupito parlamentario que prefiere prefiere beber y entrar directamente en una discoteca (con el desembolso económico que implica). La oposición, que aboga por un plan de tranquis en casa de alguien o el bar de siempre y el tercer partido, eso/as tres o cuatro colegas que se inventan excusas para quedarse en casa. Resultado: terminas aparcando el móvil por ahí y esperando a que dentro de media hora y 300 mensajes nuevos, haya una conclusión.

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2. La solución termina en quedar en un punto ‘neutral’ y ponerse de acuerdo in situ. Como resultado, llegan 150 notificaciones nuevas debatiendo la hora y recordando puntualidad. Sabes perfectamente que si habéis quedado a las once en Canaletas, los menos perezosos llegarán a las doce.

 

3. Tras recriminar al más rezagado que la próxima vez le va a esperar su p**** madre, volvéis a discutir sobre si es mejor salir de bares en Barcelona o darlo todo en la Razz o la Apolo. Al final termináis yendo al sitio de siempre a pedir lo de siempre. Ya hará la improvisación de las suyas.

 

4. Bajar Las Ramblas se convierte en una carrera de obstáculos. Esquivar a los relaciones públicas debería convertirse en deporte olímpico. Te propones patentarlo.

 

Cuando consigues plan de salir de fiesta por Barcelona

5. En efecto: gracias a la magia del ritmo de la noche y un par de cervezas, terminas en un bar del Raval en el que crees que nunca has estado pero te han hablado bien de él. La improvisación está en marcha. Llueven chupitos pero no sabes muy bien quién los está pagando. Dado que no te apetece gastar mucho, te haces el longuis.

 

6. Un amigo te pide que le vigiles la copa mientras va al baño. Así, decides probar un poco de su copa para saber si te quieres pedir lo mismo. Se te va de las manos y esperas que vaya tan achispado que no se de cuenta.

 

7. Ese amigo que se negaba a salir de fiesta por Barcelona cumple su promesa de irse pronto y hace la clásica bomba de humo. Parte del grupo se pasará la noche criticándole porque siempre hace lo mismo. Otros pasarán y seguirán a lo suyo.

 

8. Cada dos por tres compruebas si móvil, cartera, tabaco y llaves siguen en su sitio. De vez en cuando vigilas que la chaqueta que has dejado en la montaña de los abrigos sigue en su sitio. Son las dos y toca decidirse entre ver amanecer o huir también.  Duelo de miradas entre quien huye cual gallina y quien se queda en la batalla. Decides lo segundo y terminas pagando la entrada de la Apolo. 

 

9. A las cinco de la mañana solo queda lo más decadente de la noche en Barcelona, por lo que el número de cosas raras que pueden suceder mientras esperas el Nit bus en el Paral·lelse dispara. Fantaseas con tu cama hasta límites insospechados.

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10. A la mañana siguiente te despiertas con mareos, prometiéndote que no vas a volver a beber ni a salir por la noche hasta las tantas. Como no recuerdas bien qué ha pasado, te metes en Instagram stories para comprobar si alguien ha publicado algo. Tras comprobar que, en efecto, has perdido la dignidad, te planteas un cambio de cara, país y ritmo de vida.

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Pero este no es el final de la aventura. Las ganas de fiesta son como Terminator: siempre vuelven. Esto es un sayonara baby, pero solo por ahora.