Con la llegada de la Sexta Flota Americana a la Barcelona de posguerra, proliferaron las tiendas de souvenirs, los ‘fast food’ y los clubs. Sin embargo, la historia del turismo en Barcelona se remonta al siglo XIX.
Los grupos de japoneses bombardeando a flashes la Casa Batlló, la italiana que se bebe una sangría en La Rambla o el alemán con el palo selfie en el Park Güell ya forman parte del paisaje de Barcelona. Puede decirse que se han mimetizado con el mismo. Según los últimos datos, la provincia recibió 12,7 millones de turistas en 2017, convirtiéndose en una de las ciudades europeas más visitadas. Por supuesto, no siempre ha sido así. Para averiguar de dónde viene esta popularidad hay que sacar el Delorean del garaje y viajar por la historia del turismo en Barcelona. Allá vamos.
Los primeros ‘guiris’
A Barcelona nunca le han faltado visitantes. A lo largo del siglo XIX artistas e intelectuales hicieron el guiri paseando Rambla arriba, Rambla abajo, descubriendo la gastronomía local y disfrutando de la noche. Luego, escribían libros relatando sus experiencias. Destacan Stendhal (sí, el del síndrome) con Diario de un turista (1839), Hans Christian Andersen, que vivió la inundación de La Rambla de 1862, (recogida en Un viaje en España) o la escritora George Sand con Un invierno en Mallorca (1842). No solo se enamoraron de la capital catalana. También consiguieron que sus páginas repletas de temperaturas agradables, vanguardias y puestos de flores encadilasen a las personas que las leían.
Barcelona aprovechó la Exposición Universal de Barcelona de 1888 para dar una imagen presentable al mundo. De ahí el Monumento a Colón, las Torres Venecianas o el Palacio Nacional de Montjuïc. Fue la primera vez que la ciudad recibía de golpe a tanta gente de fuera. Tras la Primera Guerra Mundial y durante la primera mitad del siglo XX fue la ciudad preferida de la bohème. Era habitual ver a Hemingway, Picasso o Ramón Casas “inspirándose” en las calles del ‘Barrio Chino’ o el Gótico. Luego estalló la Guerra Civil, Francisco Franco impuso su régimen y el horno dejó de estar para bollos. Al menos hasta los años cincuenta.
Y llegó la Sexta Flota
En 1950 la España franquista se encontraba aislada del mundo y en la bancarrota. Por ese motivo, se llegó a un acuerdo para que la Sexta Flota Americana utilizara algunos puertos del Estado. Los marines yanquis llegaron a Barcelona con los bolsillos repletos de dólares y con ganas de marcha. Su llegada lo cambió todo. Una visita de la Sexta Flota dejaba unas ganancias de entre uno y dos millones de pesetas diarias. Los negocios se reactivaron y el mundo de la noche fue el más beneficiado, especialmente clubs como el Teatro Apolo.
Las prostitutas también hacían su agosto, así que se dispararon sus tarifas y el número de burdeles. Ni siquiera su prohibición en 1956 impidió que se siguiera ejerciendo el negocio más antiguo del mundo. Aunque se cerraron muchos lupanares, otros tantos se reconvirtieron en clubes, bares y tiendas clandestinas.
La Plaça Reial, el Barrio Chino y las Drassanes se convirtieron en territorio norteamericano. Los yanquis trajeron las juergas del Kentucky (bar que alquilaron en La Rambla), los chicles, la Coca-Cola, el basket y el rock’n’roll, pero también la violencia y las peleas nocturnas.
Yanquis go home
En los años 70 la Sexta Flota dejó de ser bien recibida. Pasó de ser la gallina de los huevos de oro a un país peligroso e imperialista con armas nucleares. Los negocios ya no lo tenían tan fácil para inflar precios y hacerles beber y bailar hasta la extenuación. La derrota de la Guerra de Vietnam tampoco ayudó a mejorar la percepción del Tío Sam. Con la muerte de Franco, se intensificaron los movimientos antinucleares y antiimperialistas.
Definitivamente, los marines eran personas non gratas. El rechazo se hizo latente con los atentados en las bases americanas y sus lugares de reunión. A finales de los ochenta, la Sexta Flota abandonaba Barcelona. Para entonces ya se estaba gestando el evento que encendería la llama del turismo en Barcelona: Las Olimpiadas de 1992.