Las floristas de La Rambla han inspirado a poetas, escritores y dramaturgos. Dan identidad al paseo más famoso de Barcelona y escriben su historia a base de margaritas y claveles.

Si las floristas de La Rambla desaparecieran, Barcelona se convertirá en la ciudad más triste del mundo. Sería como si le hubieran extirpado la Sagrada Familia; como si un huracán hubiera barrido los azulejos de las obras de Gaudí y La Boqueria solo vendiera barritas energéticas. El gris se apoderaría de las calles de la ciudad y Las Ramblas, con su fuerza, determinación y alegría, no volverían a sonreír nunca más.

Por eso, las floristas de La Rambla no pueden desaparecer. Ni tienen intención. Han conseguido que en esta calle siempre sea primavera: llueva, hiele o haga un calor de mil demonios. Se asentaron en el siglo XIX y son las responsables de que el paseo empezara a abarrotarse de gente. En torno a sus puestos se formaban tertulias y era frecuente ver a artistas como Salvador Dalí o el pintor impresionista Ramón Casas (1866-1932) pasearse por ahí. De hecho, este último conoció ahí a Julia, su musa y futura esposa. Aunque los pinceles de Casas se obsesionaran con el descaro de esta vendedora de lotería de La Rambla, también plasmaron escenas cotidianas del paseo.

La importancia de las flores

Las floristas de La Rambla han inspirado a poetas, escritores y dramaturgos. Dan identidad al paseo más famoso de Barcelona y escriben su historia a base de margaritas y claveles. Si las floristas de La Rambla desaparecieran, Barcelona se convertirá en la ciudad más triste del mundo. Sería como si le hubieran extirpado la Sagrada Familia; como si un huracán arrancara de cuajo los azulejos de las obras de Gaudí y La Boqueria solo vendiera barritas energéticas. El gris se apoderaría de las calles de la ciudad y Las Ramblas, con su fuerza, determinación y alegría, no volverían a sonreír nunca más.

historia de la rambla
La Rambla de las Flores a principios del siglo XX | Fuente: Antoni Espluges

Por eso, las floristas de La Rambla no pueden irse. Ni tienen intención. Han conseguido que en esta calle siempre sea primavera: llueva, hiele o haga un calor de mil demonios. Se asentaron en el siglo XIX y son las responsables de que el paseo empezara a abarrotarse de gente. En torno a sus puestos se formaban tertulias y era frecuente ver a artistas como Salvador Dalí o el pintor impresionista Ramón Casas (1866-1932) pasearse por ahí. De hecho, este último conoció ahí a Julia, su musa y futura esposa. Aunque los pinceles de Casas se obsesionaran con el descaro de esta vendedora de lotería de La Rambla, también plasmaron escenas cotidianas del paseo.

floristas de la rambla
Apunte de ‘La Rambla de les Flors i Caps’ de Ramón casas.
Mujeres de risa franca y manos mojadas

Otro pintor ramblista fue Antonio Utrillo (1867-1944), quien retrató a una de las muchas floristas que repartían alegría cada día. Otro gran enamorado de estas mujeres fue Federico García Lorca (1898-1936), que gracias a ellas concebía La Rambla como «la única calle en la tierra que desearía que no terminara nunca». Durante la presentación de su obra Doña Rosita la soltera o el lenguaje de las flores les dedicó unas bellas palabras a «esas mujeres de risa franca y manos mojadas» que han pasado a la historia. Puedes leer el discurso completo al final del artículo.

Las floristas de La Rambla no solo encandilaron a las grandes mentes de principios del siglo XX. Si aún siguen apostadas en la Rambla de San José o de las Flores, es por una buena razón. El político e historiador Cirici Pellicer aseguraba que gracias a ellas el paseo era «la quintaesencia de Barcelona». Joan Manuel Serrat les dedicó una canción, Les floristes de La Rambla, en su álbum Banda Sonora d’un temps, d’un país (1996). También conquistaron el teatro. El dramaturgo Josep María de Sagarra (1894-1961) escribió para ellas La Rambla de les Floristes. No en vano, su famosa pregunta «Vostè sap què és, la Rambla de les Flors?» ha sido reproducida en multitud de textos.

Puesto de flores en La Rambla

Entonces, ¿qué tienen de especial las floristas de La Rambla? Pues que llevan dos siglos inspirando, protagonizando y amenizando la rutina de los barceloneses. El paisaje de la calle ha cambiado mucho al respecto en los últimos tiempos. No obstante, aún quedan puestos emblemáticos como el de Flores Carolina, que ya va por la quinta generación de vendedoras. Abundante de brisas, hermosa de encuentros, antigua de sangre…así es y será la Rambla de Barcelona.

A las floristas de La Rambla de Barcelona

FEDERICO GARCÍA LORCA

Señoras y señores:

Esta noche, mi hija más pequeña y querida, Rosita la soltera, señorita Rosita, doña Rosita, sobre el mármol y entre cipreses doña Rosa, ha querido trabajar para las simpáticas floristas de la Rambla, y soy yo quien tiene el honor de dedicar la fiesta a estas mujeres de risa franca y manos mojadas, donde tiembla de cuando en cuando el diminuto rubí causado por la espina.

La rosa mudable, encerrada en la melancolía del Carmen granadino, ha querido agitarse en su rama al borde del estanque para que la vean las flores de la calle más alegre del mundo, la calle donde viven juntas a la vez las cuatro estaciones del año, la única calle de la tierra que yo desearía que no se acabara nunca, rica en sonidos, abundante de brisas, hermosa de encuentros, antigua de sangre: Rambla de Barcelona.

Como una balanza, la Rambla tiene su fiel y su equilibrio en el mercado de las flores donde la ciudad acude para cantar bautizos y bodas sobre ramos frescos de esperanza y donde acude agitando lágrimas y cintas en las coronas para sus muertos. Estos puestos de alegría entre los árboles ciudadanos son el regalo del ramblista y su recreo y aunque de noche aparezcan solos, casi como catafalcos de hierro, tienen un aire señor y delicado que parece decir al noctámbulo: «Levántate mañana para vernos, nosotros somos el día». Nadie que visite Barcelona puede olvidar esta calle que las flores convierten en insospechado invernadero, ni dejarse de sorprender por la locura mozartiana de estos pájaros, que, si bien se vengan a veces del transeúnte de modo un poquito incorrecto, dan en cambio a la Rambla un aire acribillado de plata y hacen caer sobre sus amigos una lluvia adormecedora de invisibles lentejuelas que colman nuestro corazón.

Se dice, y es verdad, que ningún barcelonés puede dormir tranquilo si no ha paseado por la Rambla por lo menos una vez, y a mí me ocurre otro tanto estos días que vivo en vuestra hermosísima ciudad.

Toda la esencia de la gran Barcelona, de la perenne, la insobornable, está en esta calle que tiene un ala gótica donde se oyen fuentes romanas y laúdes del quince y otra ala abigarrada, cruel, increíble, donde se oyen los acordeones de todos los marineros del mundo y hay un vuelo nocturno de labios pintados y carcajadas al amanecer.

Yo también tengo que pasar todos los días por esta calle para aprender de ella cómo puede persistir el espíritu propio de una ciudad.

Amigas floristas, [con] el cariño con que os saludo bajo los árboles, como transeúnte desconocido, os saludo esta noche aquí como poeta, y os ofrezco, con franco ademán andaluz, esta rosa de pena y palabras: es la granadina Rosita la soltera.

Salud.