La gran inundación de 1862 fue la peor catástrofe natural de la historia de Barcelona.

El 15 de septiembre de 1862 se produjo la tragedia meteorológica más impactante de la historia de Barcelona. La gran inundación se saldó con casi 1.000 muertos, barrios inundados, negocios destrozados…Según los medios de la época, La Rambla vivió con especial intensidad la fuerza de las lluvias. Ejemplo de esto es el reportaje publicado en el Diario de Barcelona, que decía que “La fuerza de esta era tal que en la Rambla arrancó gran parte del asfalto de las aceras, y doblandolo cual si fuera de cartón, se lo fue llevando dejando fragmentos acá y acullá”.

¿Cómo se llegó a esta situación? La culpa no fue exclusivamente del tiempo. En 1862 Barcelona estaba en plena transformación urbanística. El Plan de Reforma y Ensanche de Barcelona, conocido como Plan Cerdá, empezaba a aplicarse. Por este motivo, para que la ciudad pudiese crecer, se estaban derribando las murallas medievales. Estas habían actuado como dique de contención de las aguas que la Riera de Malla, que bajaba desde Sant Gervasi y Gràcia y recorría La Rambla de Catalunya y Las Ramblas. Por tanto, la ciudad estaba desprotegida de las inclemencias del tiempo.

Por otro lado, el verano de aquel año había sido especialmente cálido y seco. El agua del Mediterráneo era una sopa, lo que aumentó la intensidad de las tormentas. En definitiva, cayeron más de 200 litros de agua por metro cuadrado en algunos puntos de la capital catalana.

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Grabado de la gran inundación de 1862.

 

Un diluvio universal como nunca se ha visto

La Rambla fue una de las zona que más sufrió el aguacero. Para empezar, destrozó las obras de reconstrucción del Liceu, que se había incendiado un año antes. Eso fue solo el principio. Los establecimientos fueron pasto del fango y los puestos de alimentos de La Boqueria quedaron en nada. La fuerza del agua era tan intensa que hasta descubrió los cimientos del antiguo cuartel de Artillería en La Rambla de los Estudios. Las pérdidas se calcularon en siete millones de reales.

Hoy podemos saber cómo fue la gran inundación de 1862 gracias al testimonio de  Hans Christian Andersen (1805-1875). Al autor de La Sirenita y El patito feo le pilló de sorpresa el diluvio mientras recorría el país. Eso no impidió que la describiese en su libro Un viaje en España: «color café con leche tenían las aguas que bajaban bordeando la calzada del paseo; consigo arrastraban las casetas de madera, las mercancías, los carros y barriles: todo cuanto hallaban a su paso; calabazas, naranjas, mesas y bancos salieron navegando; incluso, un carro desenganchado, cargado de porcelana, fue arrastrado por la corriente… Jamás había yo comprobado la magnitud del poder de las aguas, ¡era espantoso! Avanzaban ya por encima del estrado del paseo: la gente huía, clamaba, gritaba».

Ya lo dice el escritor Eduardo Mendoza: «en Barcelona llueve como el ayuntamiento actúa: pocas veces, pero a lo bestia».