Algunas curiosidades sobre Joan Miró, un pintor que iba para contable y que tardó años en hacerse valer.

Es uno de los artistas más célebres del siglo XX, pero también uno de los más desconocidos. Al contrario que los líos de faldas de Picasso o las excentricidades de Dalí, siempre fue discreto con su vida privada. Inocente pero rompedor, llegó a decir que “el arte estaba en decadencia desde Altamira”. Aquí van más curiosidades sobre Joan Miró.

Estudió para “ser alguien en la vida”

Nació en la Barcelona de 1893. Hijo de Dolors Ferrà y Miquel Miró, puede decirse que mamó arte desde el principio. Su padre fue herrero, relojero y orfebre y su abuelo materno trabajó de ebanista. A pesar de estos antecedentes, la familia le hizo estudiar comercio para ser “alguien en la vida”. Aun así, les convenció para matricularse por las noches en la escuela de arte y diseño de la Lonja. Su padre lo permitió porque lo veía como un pasatiempo pero el joven Miró recibió la influencia de dos maestros que marcarían su vida para siempre. De Modest Urgell asumió tres elementos que aparecerán en su obra una y otra vez: el círculo rojo, la luna y la estrella. De Josep Pascó, las vanguardias del siglo XX y a decir mucho con dos trazos. Es decir, a simplificar.

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Joan Miró | Retrado de Sinsombra.
Su primera exposición fue un fracaso

Joan Miró decidió que quería ser pintor tras una enfermedad que le obligó a retirarse en una masía en Mont-roig durante dos años. Fueron dos años difíciles pero definitivos. Volvió a Barcelona para seguir formándose y en 1918, a los veinticuatro años, organizó su primera exposición en las Galerías Dalmau. No vendió ninguna de las 64 obras expuestas.

Conoció a Picasso por una ensaimada

Faltaban dos semanas para que Joan Miró se mudase a París, donde en aquel momento residía un artista que se convertiría en su amigo: Pablo Picasso. Las madres de ambos genios se habían hecho amigas, por lo que cuando la madre de Picasso se enteró de la noticia, le pidió a Dolors Ferrà que su hijo le llevase una ensaimada. Miró intentó cumplir el recado pero Picasso, que ya era un artista reconocido, siempre estaba demasiado ocupado para atenderle. Cuando por fin le pilló por banda, la ensaimada ya se había estropeado. El malagueño, sorprendido, le preguntó por qué no se la había comido. A pesar de la diferencia de edad-Miró tenía veintiséis años y Picasso, treinta y dos-, fue el principio de una gran amistad. La que le abrió las puertas del mundo del arte. Picasso fue la primera persona en comprarle un cuadro a Miró: Portrait d’une danseuse espagnole (1921).

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Joan Miró y Pablo Picasso en la Exposición Internacional de París de 1937 | Museo Reina Sofía.

 

Dato anecdótico. Años más tarde, Miró visitaría a Picasso en Cote d’Azur, cerca de Niza. Llamó a la puerta. Un trabajador de la casa le abrió sin hacerle entrar. Por protocolo, solía decir a las visitas que tenía que comprobar si el genio estaba en casa. Cuando le comunicó la llegada de Miró, Picasso le dijo sin pensárselo dos veces que le invitara a dormir. A la pregunta de a qué venía tanto interés, contestó: “Somos muchos los pintores que perseguimos las estrellas del firmamento, pero el único que las ha atrapado es Joan Miró: el hombre al que usted hace esperar en la puerta”.

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‘Paisaje catalán’, Joan Miró.
Usaba el hambre para inspirarse

Hasta que Picasso no se convirtió en su primer comprador, Joan Miró pasó muchas penurias. Sabía que su familia no veía bien que se trasladara a París para convertirse en artista, así que se negó a pedir ayuda económica. Cada vez que tenía hambre, pintaba. No para poder pagarse las lentejas (que también), sino porque aseguraba que las alucinaciones que le provocaban las ganas de comer le hacía explorar nuevos mundos.

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Mural de Joan Miró en Ludwigshafen, Alemania.
Ernest Hemingway ganó un cuadro de Miró por una apuesta

Miró no tardó en formar parte de los círculos surrealistas de París. Allí conoció a Henry Miller, Gertrude Stein, André Massón y el escritor Ernest Hemingway. El artista barcelonés lo recuerda “más pobre que las ratas. Con los calzones llenos de agujeros”. Pese a sus carencias, Hemingway solía viajar a España fascinado por la tauromaquia y la noche barcelonesaPor eso, cuando Miró pintó La Masía inspirándose en aquella casa de Mont-Roig, Hemingway hizo lo posible por regalársela a Hadley Richardson, su primera esposa. El mismo efecto causó en el poeta Evan Shipman. Se jugaron a los dados quién debía quedarse el cuadro y el escritor ganó. Lejos de enfadarse, le ayudó a pedir dinero a amigos y familiares para adquirir la obra.

El crowdfunding funcionó, aunque poco después abandonó a Richardson por la periodista Pauline Pfeiffer y por ende, se separó de La Masía. Cuando contactó con su ex mujer para que le devolviera el cuadro aceptó. Cuando Hemingway murió en 1961 su cuarta esposa, Mary Welsh (también periodista), heredó el cuadro. Hadley Richardson lo reclamó pero llegaron a un acuerdo y hoy verse en la National Gallery of Art de Washington.

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‘La Masía’, el cuadro que cautivó a Ernest Hemingway.
Miró quería “asesinar la pintura”

Una vez Miró declaró que quería “asesinar la pintura”. En realidad quería desprenderse de la idea clásica de pintura, “ir más allá de la pintura de caballete”. Es decir, experimentar con nuevos enfoques y materiales. Encontró el arma homicida ideal en las pinturas rupestres. Tanto, que llegó a asegurar que “el arte lleva en decadencia desde Altamira”. Tras visitarlas en la década de los cincuenta, comenzó a trabajar con objetos abandonados, cerámicas y  nuevos formatos. De ahí salieron, por ejemplo, la fachada de la T2 del aeropuerto de El Prat y el icónico Mosaico de La Rambla.

También se tomó en serio sus palabras. Gustaba de crear obras para después destruirlas ya que para él, “el arte es efímero”. Una vez pintó las ventanas del Colegio de Arquitectos de Barcelona. Dos meses después, las limpió con una escoba mojada y disolvente. A finales de los setenta esta etapa antipintura se tradujo en lienzos quemados y acuchillados.

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Mosaico de Joan Miró en La Rambla.
Una de sus obras se perdió en el 11-S

El ataque a las Torres Gemelas el 11 de septiembre de 2001 supuso una pérdida económica de más de 1.000 millones de dólares en obras de arte. Se perdieron, entre otras obras, trescientas esculturas y dibujos de Rodin, un mural de Louise Nevelson y un tapiz de Joan Miró que, aunque ardió, sobrevivió al atentado.